El acoso callejero: visibilización, deconstrucción de su poder y estrategias de erradicación.

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14 min readNov 24, 2018
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D e acuerdo con los datos recabados por el grupo activista estadounidense Stop Street Harassment (Detengan el Acoso Callejero) a través de un estudio informal realizado online en 2008, con una muestra de casi mil mujeres de todo el mundo, se conoció que una de cada cuatro de ellas ya había pasado por la experiencia del acoso callejero a la edad de doce años, y cerca del 90% lo había sufrido cuando alcanzaron los diecinueve.

El acoso callejero hacia las mujeres es una problemática que, aproximadamente en los últimos diez años, ha ido cobrando relevancia y visibilidad en la sociedad gracias al trabajo de diferentes movimientos feministas y activistas que han logrado instalarlo en algunas agendas de políticas públicas, al menos como temática de debate y análisis.

“Ya sea caminando por las calles de una ciudad, usando el transporte público, yendo a la escuela o vendiendo productos en el mercado, las mujeres y niñas se convierten en objeto de acoso sexual y violencia. Esta realidad de la vida diaria limita la libertad de las mujeres de obtener una educación, trabajar, participar en política — o simplemente disfrutar de sus propios barrios.

Aún a pesar de su contundencia, la violencia y el acoso contra las mujeres y niñas en el espacio público continúa siendo una problemática vastamente desatendida, con muy pocas leyes o políticas destinadas a abordarla.”

Esta cita pertenece a un artículo escrito en el año 2013 por la entonces presidenta de Chile, Michelle Bachelet, para el diario británico The Guardian, con motivo de su participación en foros internacionales en los que se expusieron diversas iniciativas mundiales para convertir a las ciudades en lugares inteligentes, seguros y sustentables.

Es en ese mismo año, durante la reunión anual de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer (CWS siglas en inglés), cuando las Naciones Unidas reconocen que el acoso callejero afecta la equidad de género y por primera vez incluyen varias cláusulas en su documento de Conclusiones Convenidas, sobre la seguridad de mujeres y niñas en espacios públicos y privados, demostrando un giro en la forma en que dicha problemática es percibida, como así también en su grado de importancia.

El documento expresa una “profunda preocupación sobre la violencia contra las mujeres y niñas en espacios públicos, incluido el acoso sexual, especialmente cuando se utiliza para intimidar a mujeres y niñas en pleno ejercicio de sus derechos humanos y libertades individuales.”

A pesar de conocérselo como un flagelo a nivel global y de los grandes esfuerzos por visibilizarlo, el acoso callejero continúa arraigado en lo más profundo de las sociedades del mundo, aún hoy en el siglo veintiuno. Esto se debe, en parte, a que la incomodidad percibida por las mujeres a raíz de estas interpelaciones no solicitadas en la vía pública, carece de empatía en el imaginario colectivo por ser considerado un fenómeno natural, un elemento constitutivo del folclore de la vida diaria en las urbes.

El espacio público entendido como campo de disputa de derechos

Comprender de qué se trata el acoso callejero hacia las mujeres es importante por muchas razones. Algunas de ellas están ligadas directamente a los derechos humanos, el ejercicio fehaciente de la ciudadanía y también a cuestiones de seguridad básicas.

El espacio público debería ser accesible y debería poder ser disfrutado por todos los miembros de una sociedad. Cuando algunas personas son incomodadas por ninguna otra razón más que por su sexo, expresión de género o simplemente por existir, entonces tenemos un problema social.

Ana Falú (2009) enlaza esta situación con una categoría mayor como la de la violencia urbana, presente y creciente en las grandes ciudades, especialmente las de América Latina. Por esta razón busca indagar las vivencias personales de las mujeres en las nuevas territorialidades urbanas que se manifiestan cada vez más desafiantes y desiguales para todos sus ciudadanos.

Haciendo la salvedad de que la violencia en las calles afecta prioritariamente a los hombres, Falú advierte que la percepción de un espacio público peligroso es mayor en las mujeres, lo cual impacta negativamente en sus vidas diarias provocándoles un sentimiento de “extrañamiento” al momento de cruzar el umbral de sus casas, como una suerte de culpa internalizada por saberse participante no legitimada del espacio urbano, históricamente dominado por el sexo masculino.

De repente, el espacio público se torna tan hostil que las mujeres deben crear estrategias de supervivencia para poder llevar a cabo sus tareas, asistir al colegio o al trabajo y cuya única alternativa es sucumbir ante el aislamiento, abandonando paulatinamente la participación y ejecución de sus derechos ciudadanos.

Existe evidencia clara de que el acoso callejero provoca serios efectos negativos en el bienestar emocional de una mujer, que la hace sentir insegura y no bienvenida en su propia ciudad y es por causa de estas situaciones repetidas que las mujeres comienzan a demostrar comportamientos de autocontrol, tanto en su accionar como en su vestimenta. Las mujeres aprenden a asociar sus cuerpos y su sexualidad con la impotencia, la vergüenza, el miedo y la humillación.

El acoso callejero es tan penetrante que ha logrado instalarse como una conducta normal y esperada, tanto por los hombres como por sus víctimas. Este tipo de violencia invisibilizada por el sistema patriarcal y por la sociedad en su conjunto, daña la autoestima de la mujer, restringe su movilidad geográfica y sabotea sus esfuerzos para ganar control sobre su cuerpo y su vida pública.

En este sentido, es importante para Falú (2009:29) destacar la dimensión política, tanto del espacio público como del cuerpo de las mujeres, haciendo una analogía entre esos cuerpos y el territorio urbano que pretenden conquistar, en una especie de doble desafío para la lucha feminista: la defensa del propio cuerpo como depositario de derechos aún restringidos y violentados, más la conquista de los territorios urbanos aún vedados: “lo personal es político.” (Carol Pateman, 1996:16)

Una práctica cultural que sostiene la desigualdad y la violencia machista

El acoso callejero es una práctica cultural arraigada que no es más que el fiel reflejo de cómo el género, concebido como una construcción social, moldea las relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres. Lo que consigue es perpetuar los roles de género que sitúan al hombre en una posición superior y dominante.

La violencia contra las mujeres y el cuestionamiento del tradicional modelo patriarcal fueron tempranamente puestos en foco por el movimiento feminista actual (Marugán Pintos y Vega Solís, 2002). Para Raquel Osborne (2008), este sistema de dominio y subordinación entre sexos es “una ingeniosísima forma de «colonización interior», más resistente que cualquier tipo de segregación y más uniforme, rigurosa y tenaz que la estratificación de las clases. Aun cuando hoy en día resulte casi imperceptible, el dominio sexual es tal vez la ideología más profundamente arraigada en nuestra cultura, por cristalizar en ella el concepto más elemental de poder” (p.161).

Por su parte Rita Segato (2003:14) considera que una de las estructuras elementales de la violencia es la existencia de un sistema de status basado en la apropiación del poder femenino por parte de los hombres, ganando así sumisión y domesticidad, las cuales a su vez reproducen continuamente aquel status. El mundo masculino, dice Segato, es como una gran competencia en la que se realiza una demostración de dominio y de prestigio ante sus pares (los otros hombres) con el propósito de reafirmar su subjetividad e identidad.

El acoso callejero perpetúa la relación de poder asimétrica entre hombres y mujeres al cumplir múltiples funciones de control social, como por ejemplo, el refuerzo de los límites espaciales que señalan a las mujeres como intrusas de los lugares públicos que “pertenecen” a los hombres, y les recuerda que esas transgresiones conllevan un posible castigo.

Los varones jóvenes incorporan las jerarquías sociales desde su niñez e internalizan que el lugar natural de la mujer está en la esfera privada, en el hogar y no en las calles (Falú, 2009:28). De esta manera, el espacio público continúa siendo el otro escenario donde el sistema patriarcal realiza sus demostraciones de poder más naturalizadas.

Asimismo, el acoso callejero contribuye a reforzar la concepción tradicionalista heteronormativa y androcéntrica del mundo, asumiendo que toda víctima de este acoso practica la heterosexualidad, por lo tanto cuando una mujer no se percibe como disponible sexualmente para un hombre heterosexual, ella también sufrirá un acto de disciplinamiento, cuyo propósito final es el de que revierta su conducta desafiante.

En este sentido, Ana Falú (2009:24) destaca la utilidad de la categoría analítica de género como agente visibilizador de discriminaciones, no sólo hacia las mujeres, sino hacia otros grupos sociales.

Deconstruir para visibilizar

Comprender por qué el acoso callejero hacia las mujeres se encuentra profundamente enraizado en nuestras sociedades, constituye el primer paso para desactivar su perpetuación en las nuevas generaciones.

El acoso callejero suele ser interpretado como un tipo de expresión del poder patriarcal y como una práctica de “vinculación masculina” que afianza la relación entre pares. Pero para Micaela di Leonardo (1981), el concepto de patriarcado es una suerte de “expresión comodín” que realmente no responde a nuestra inquietud inicial y que lo que verdaderamente necesitamos es un enfoque de economía política que explique por qué ocurre el acoso callejero.

Di Leonardo (1981:54) sostiene que desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial, la movilidad geográfica de las mujeres fue incrementando tanto en tiempo como en espacio, como así también la empleabilidad remunerada que, sumada al trabajo doméstico no remunerado, “han disminuido la calidad de los servicios prestados a los hombres de sus vidas”, quienes a su vez se han sentido desempoderados y desafiados en su condición masculina a causa de las sucesivas crisis económicas y del ascenso del activismo feminista. De esta manera, el acoso callejero forma parte de un gran backlash como respuesta del patriarcado, una “solución rápida y barata para recuperar la propiedad sobre los espacios públicos” (p.55).

Una segunda instancia en el proceso de erradicación de este tipo de violencia machista consiste en otorgar sentido a las experiencias vividas por las mujeres, explicitando que el sufrimiento particularmente vivenciado por su género tiene raíces en la subordinación sexual, con el fin de lograr la legitimación de estas experiencias, ante una cultura patriarcal que no las registra. No obstante, la tarea de visibilización del problema debería evitar la victimización de las mujeres, para no eternizar la imagen de debilidad que históricamente les ha asignado el patriarcado.

Asimismo, Ana Falú (2009:32) recomienda evitar la presentación de los individuos violentos como personas con patologías que no les permiten controlar sus instintos ni sus acciones, justificando de alguna forma una conducta violenta que es aprendida y alentada desde lo profundo de la sociedad. Darle este tipo de tratamiento a la problemática sería continuar trabajando para su invisibilización.

Ana María Fernández (2009) propone que en esta deconstrucción del poder patriarcal se abogue por una sociedad libre de apropiaciones y de dominios de toda clase: “los dispositivos de desigualación — legitimados desde diferentes universos de significaciones imaginarias — han instituido diversos mitos sociales con respecto a qué es ser hombre y qué es ser mujer, consolidando en cada período histórico tanto los patrones sociales y subjetivos como los ámbitos y modos de circulación pública y privada a los que las personas de ambos géneros debieran adecuarse.” (p.41)

En este sentido, Fernández sugiere que las mujeres se propongan recorrer un trayecto diferente del que tomó el patriarcado, al momento de ir en búsqueda de su autonomía político-subjetiva: “es momento de que las mujeres puedan pensar en no elegir un camino retaliativo donde utilizar el incremento de sus potencias para ahora ser ellas quienes ejerzan el dominio del otro y las impunidades concomitantes.” (p.49)

Por su parte, Segato (2003) sostiene una mirada implacable sobre el sexismo y pide que la problemática de género abandone los cuarteles del movimiento feminista para ser reconocido también como “un problema de los hombres, cuya humanidad se deteriora y se degrada al ser presionados por la moral tradicional y el régimen de status a reconducirse todos los días, por la fuerza o por la maña, a su posición de dominación.” (p.16)

Iniciativas mundiales para ejecutar estrategias de cambio en la cultura

Al poner en palabras e imágenes el malestar que usualmente se trivializa; al reconocer la legitimidad de las experiencias femeninas que usualmente son negadas, estaremos propiciando un entorno de empatía que demuestre a las mujeres que no están solas en sus tribulaciones.

Concretamente, estas estrategias se han ido implementado a través de una gran variedad de iniciativas a nivel global, la mayoría de ellas por la acción de grupos activistas feministas.

Una de las primeras manifestaciones en contra del acoso callejero nació en la ciudad de Nueva York, en el año 2005, de la mano del colectivo Hollaback! Este grupo de jóvenes, conmovidos por el relato de las experiencias que sus amigas habían vivido en las calles de esta ciudad, decidieron crear un weblog para recopilar historias anónimas de acoso callejero. Dicho blog tomó vuelo en los años siguientes hasta que en 2010, el colectivo se convirtió en una ONG organizadora de programas de promoción, entrenamiento, charlas educativas y talleres de concientización llevadas a cabo a lo largo y ancho de los Estados Unidos, así como también en otras ciudades internacionales y países afiliados a la red de Hollaback!

Stop Street Harassment es también una de las iniciativas que se popularizaron en Internet como plataformas habilitadas para compartir historias y experiencias de acoso callejero. Nacida en 2008 como un blog, esta organización con base en Washington D.C., es uno de los colectivos que lidera el movimiento mundial dedicado a combatir el acoso. Cuenta con una extensa biblioteca online de fuentes y material de lectura sobre la problemática, además de investigaciones, encuestas, estudios y programas de concientización global.

En el año 2012, la artista neoyorkina Tatyana Fazlalizadeh, concibió la idea de que el arte callejero podría llegar a ser una herramienta de alto impacto en el abordaje del tema, por lo que comenzó a trabajar en una serie de retratos de mujeres que serían instalados en los muros de las ciudades, junto a leyendas que les hablan directamente a los acosadores. El proyecto denominado Stop Telling Women To Smile (“Deja de pedirle a las mujeres que sonrían”) hace referencia a una de las frases más comunes y utilizadas por los acosadores que interpelan a las mujeres en la vía pública.

En su sitio web, la artista comenta que el proceso de creación de esta campaña conlleva una charla previa con la persona a retratar sobre la historia de acoso callejero que desea compartir. Luego se realiza el retrato, se lo convierte en un póster y lo finaliza con un texto surgido de aquel relato. De esta manera, el dibujar la imagen de una mujer real cumple la función de “humanizarla”, dándole rostro y voz a un cuerpo que ha sido sexualizado en el espacio público.

Desde el año 2014, el colectivo Acción Respeto: por una calle libre de acoso con base en la ciudad de Buenos Aires, es uno de los primeros movimientos latinoamericanos que lograron captar atención en los medios de comunicación y las redes sociales. Su primera campaña contra el acoso callejero consistió en “empapelar” la vía pública de las principales ciudades de Argentina con afiches que exponían las frases típicas que los acosadores utilizan para dirigirse a las mujeres, de las cuales una gran mayoría involucra insultos y referencias sexuales directas.

La presencia de estos mensajes en la calles incomodó a los transeúntes, quienes se mostraron molestos por tener que leer a su paso tales agravios y consideraron que la campaña era una provocación innecesaria.

Toda una paradoja es el hecho de que no hayan reparado en que estas frases, verbalizadas, son las que diariamente tiene que escuchar una mujer que se traslada por las calles de una ciudad, y aún más inquietante es el hecho de que no hayan asociado su propia indignación al leerlas con el sentimiento de indignación que invade a una mujer cada vez que las escucha.

Papel del Estado y el Sistema Judicial en la resolución del problema

La opinión que prevalece en la sociedad acerca del acoso callejero hacia las mujeres es la de que se trata de un tema menor. El acoso callejero permanece invisible porque en un mundo definido y manejado por hombres, el mismo no es percibido como un perjuicio hacia el sexo masculino, por lo tanto es un daño que los hombres y la sociedad en su conjunto no reconocen como tal.

La criminalización del acoso callejero hacia las mujeres es una de las demandas de los movimientos feministas que luchan para su erradicación, ya que ayudaría a incorporar dicha práctica como moralmente no aceptable, o al menos como socialmente no deseable.

Para Rita Segato (2003:4), la proliferación de leyes que penalicen este tipo de acoso no es suficiente para su eliminación. Sostiene que la ley contribuye en gran escala con la transformación de la cultura pero advierte que la misma no es inmodificable y que de la misma forma en que una “mala” costumbre fue instalada, a fuerza de pensamiento reflexivo también puede ser desinstalada por voluntad propia.

Segato propone una reforma de los “afectos constitutivos” y de las sensibilidades de las relaciones, como base para el cambio. También menciona a los medios de comunicación y a la propaganda como aliados indispensables para promover dicha reforma.

Asimismo, el colectivo Hollaback! se manifiesta en contra de la criminalización del acoso callejero por considerar que perjudicaría el desarrollo de un movimiento anti-acoso más inclusivo. La organización argumenta que mientras que algunas acciones y expresiones sí califican como “acoso sexual” o “abuso sexual”, existen otras que sólo pueden ser enmarcadas dentro de los comentarios ofensivos o discriminatorios. El sistema judicial se ensaña con las comunidades de bajos recursos, minorías raciales y otros grupos minoritarios, por lo tanto la penalización del acoso callejero podría resultar en una doble victimización de algunos hombres que ya son discriminados por el sistema.

La propuesta sugerida por este grupo de activistas es la de dedicar grandes cantidades de tiempo a impartir educación y concientización acerca de la problemática, comprometiendo al Estado en la creación de programas educativos que sean incluidos en las currículas de las escuelas y universidades. También se propone la realización de talleres gratuitos en comunidades y municipios que tengan una llegada más profunda a los ciudadanos.

Al respecto, Micaela di Leonardo (1981:56) sostiene que únicamente a través de la concientización sobre los impactos del acoso callejero, la superación del mito de que “las mujeres lo piden” o que “a las mujeres les gustan” los “piropos”, y la resistencia a través de la educación de niños y niñas, se podrá tener esperanzas de poder desterrar para siempre esta forma de violencia machista.

El acoso callejero no es un piropo, es una declaración de poder. Es una comunicación unilateral de un hombre para con la sociedad, pero especialmente para con quienes considera como un sujeto sometido a su voluntad: la mujer.

Es frecuentemente invisibilizado o visto como un tema trivial, a pesar de su inmenso impacto negativo en el bienestar de una mujer y en el de la sociedad en su conjunto, al reforzar los roles de género, las jerarquías y el confinamiento de las mujeres a la esfera privada.

Los crecientes movimientos activistas feministas han tenido relativo éxito en su objetivo de visibilizar el problema, crear conciencia e instalar el debate en la sociedad, pero muchas dificultades aún subsisten, principalmente la de superar la división de los géneros y las “tareas asignadas” a cada uno de ellos.

Bibliografía:
— Di Leonardo, Micaela (1981). “Political Economy of Street Harassment” en Aegis: Magazine on Ending Violence Against Women. Washington, D.C.: National Communications Network, Feminist Alliance Against Rape, and the Alliance Against Sexual Coercion.
— Falú, Ana (2009). Violencias y discriminaciones en las ciudades. En Ana Falú (Edit.): Mujeres en la ciudad. De violencias y derechos. pp 15–37. Santiago de Chile: UNIFEM, AECID y Ediciones Sur.
— Fernández, Ana María (2009) “Capítulo 1. Violencias, desigualaciones y géneros” en Las Lógicas sexuales: amor, política y violencias. Buenos Aires: Nueva Vision.
— Marugán Pintos, Begoña, Vega Solís, Cristina (2002): “Gobernar la violencia. Apuntes para un análisis de la rearticulación del patriarcado”. Política y Sociedad, vol. 39, 2 415–435.
— Osborne, Raquel y Molina Petit (2008) Evolución del Concepto de Género”. EMPIRIA. Revista de Metodología de Ciencias Sociales. No 15, enero-junio, 2008, pp. 147-182.
— Pateman, Carole (1996). “Críticas feministas a la dicotomía público-privado”, en Castells, Carme (Comp.) Perspectivas feministas en teoría política (pp. 31–52). Madrid: Paidós Ibérica.
— Segato, Rita (2003). Cap. 5 Las estructuras elementales de la violencia: contrato y estatus en la etiología de la violencia. En Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes.

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